A menos de una semana para que se abran las puertas. Unas puertas, símbolo del cambio, de dar el paso, de atravesar muros infranqueables. Las mismas puertas que cada Domingo de Ramos se nos muestran para ver la humanidad y humildad de un Dios que sale de Jerusalén en borriquilla por una rampa para entrar en nuestros sentir cristiano.
En estos días, en que estamos a la espera de un nuevo comienzo, nos “echamos” a la calle recorriendo multitud de capillas y templos, en busca de los secretos que guarda esta Semana Mayor. Son, en mi opinión, estos momentos los de mayor intimidad en estos meses de cuaresma, donde mantenemos un diálogo intimo con Dios y su Santa Madre, donde mostramos nuestras reflexiones más intimas, donde las oraciones se convierte en conversaciones vivas, donde nos gustaría dar un fuerte abrazo a Dios, pidiéndole ayuda, en vez de los diferentes besamanos (sin menospreciarlo) que nos muestran nuestras queridísimas Hermandades. Antes de recibir a Cristo debemos reflexionar y orar sin quedarnos dormidos en Getsemaní.
A la espera, como antes he dicho, de que se abran las puertas, deseosos de que el tiempo corra, pero a la vez porque se detenga. Nos gustaría convertirnos por unos instantes, en aquel dios paganos que detuvo a Cronos, para poder admirar y disfrutar de los instantes tan maravillosos que nos ofrece la vida.
Una semana que ya se nos va de las manos. A pesar de que nos devore el tiempo, como dijo aquel pregonero, “el Gran Poder siempre se queda”.